Existe una tendencia en la sociedad actual a considerar el no seguir determinados hábitos saludables en los estilos de vida como un claro perjuicio para la salud, es decir, como un hábito nocivo.
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No existe probablemente ninguna persona que sea capaz de observar un riguroso cumplimiento del sinfín de consejos interesantes que pueden formularse para la protección de la salud. Además, la inmensa mayoría de los seres humanos realizamos diariamente actos “arriesgados” y claramente contrarios al espíritu de una conducta estrictamente “saludable”, ineludibles en general: conducir automóviles, trabajar fuera de casa, cocinar, andar en la bañera, hacer deporte, transportar cargas pesadas, subir o bajar escaleras, etc.
Realmente no es posible generalizar la idea de que la no-práctica de algo que se supone beneficioso para la salud constituye per se un hábito nocivo, aunque nos privemos del beneficio que pueda aportarnos. Más bien, el hábito nocivo es el que nos provoca un daño constatable a corto o largo plazo, o que nos sitúa en situación de riesgo de contraer una enfermedad grave, y como tal hay que entenderlo.
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